Antecedentes Históricos Generales y Provinciales
El proceso de construcción de cementerios se inició con una Real Cédula firmada el año de 1787 por el rey Carlos III obedeciendo a una necesidad de prevención sanitaria que era cada vez más evidente. No en vano surgió como consecuencia de una de las muchas epidemias que asolaban nuestro país regularmente, la originada en la iglesia de Pasajes (Guipúzcoa), que en 1783 dejó claro el vínculo existente entre los enterramientos parroquiales y tales brotes mortales. La aplicación de esta norma fue lenta debido a la oposición popular ya las reticencias eclesiásticas, aunque se fue llevando a cabo a lo largo de la siguiente centuria .
En la provincia de Jaén es de destacar la anticipación en la aplicación de esta normativa, dado que en el mismo año de 1787 se elaboró el proyecto de camposanto de la ciudad de Alcalá la Real, por parte de los maestros de obras Antonio Martín y Juan Miguel de Contreras . El mismo, aunque resultó frustrado, imitaba el ideado tres años antes para el Real Sitio de San Ildefonso por José Díaz Gamones (1784), que sirvió de modelo para la aplicación de la citada normativa. Se caracteriza por tener las diversas dependencias al fondo del recinto cercado: la capilla, el cuarto del capellán, la sacristía, el cuarto del sepulturero y el depósito de los huesos. Los nichos se disponen alrededor del muro de cerramiento mientras que los enterramientos de suelo se colocan en el interior sin un orden urbanístico claro.
En Jaén capital, sin llegar al nivel dramático de la villa vasca y ya al principio del siglo XIX, el problema no fue muy diferente, como se deduce de las protestas efectuadas al Ayuntamiento por los vecinos de la Plaza de San Francisco debido al hedor que despedía la cripta de la Iglesia del Sagrario . De esta manera se fue acelerando la necesidad de realizar un cementerio en las afueras de la ciudad, habilitándose provisionalmente para ello una antigua zona de enterramientos militares a las afueras de la Puerta de Martos y otra en la huerta del Convento de Capuchinos, actual campo hípico. La ocupación francesa va a señalar "...la definitiva puesta en práctica de la vieja legislación que, datando de los años de Carlos III, limitaba los enterramientos en el interior de las ciudades" , lo que explica la presentación en 1812 de un proyecto de nueva planta, cercado y con capacidad para 9000 sepulturas, en tomo a las antiguas ermitas de Belén y San Nicasio. Poco se conoce de este primigenio cementerio público, salvo que su apertura se realizó sin el cerramiento correspondiente, provocando escenas dantescas que llevaron al Ayuntamiento a agilizar su terminación para evitar brotes epidémicos. Para ello había que contar con las autoridades religiosas, por lo que se invitó al cabildo eclesiástico a sufragar las obras " ...por si quiere hacer nichos para sus individuos en los cuatro ángulos privativos que se le destinan a estilo de los nuevos cementerios de Madrid y Murcia" .
De esta cita se deduce no sólo la planta cuadrada del solar sino su inspiración formal y funcional en la sacramental de San Isidro de Madrid (1811).
La provisionalidad de estos primitivos espacios habilitados extramuros de las ciudades fue acompañada de suspicacias populares sobre su uso y, aunque en determinados momentos se practicaron inhumaciones en ellos, "...la verdad es que, tan pronto como las autoridades manifestaban alguna laxitud en las normas, volvía a darse sepultura en las criptas parroquiales" .
De hecho, este primer cementerio público proyectado en Jaén no va a ser, ni por su ubicación, ni por su solidez estructural, el núcleo rector sobre el que va a bascular dicho servicio a lo largo del siglo y es así que en 1824 el Real Consejo de Castilla mandará construir uno nuevo que será la base del que hoy se conoce como Cementerio Viejo o de San Eufrasio. El hecho hay que encuadrarlo dentro de la ofensiva legal llevada a cabo por las instituciones del Estado para hacer cumplir la normativa carolina que, a pesar de una orden real de 1806 y el impulso de la administración napoleónica, aún pasaba desapercibida en muchas ciudades de España . Su construcción, la más antigua datada actualmente en la provincia, se inició una vez escriturada la obra en 1828, aunque respetando el proyecto original redactado cuatro años antes por el maestro de albañilería José de Martos López, Aunque desconocemos los planos originales del mismo, una visión de los restos que quedan en la actualidad nos ofrece una obra de planta rectangular cuyas dependencias principales, la capilla y la vivienda del encargado, se disponen a la entrada del recinto.
Esta disposición difiere de la aplicada en Alcalá la Real y se acerca mas a la tipología arquitectónica de proyectos neoclásicos como los de Almena (1786) o Fernán Núñez (1787) , El análisis de la distribución interior no se puede entresacar de la escritura de contrata de la obra dado que en ella sólo se hace referencia al modo en que se iban a disponer los sepulcros, en forma de "...nichos o sepulturas que se manifiestan en la planta del cementerio pegados a la espalda del edificio" ; su estado actual, no obstante, nos acerca a lo que era general en todos los camposantos de la época, o sea, nichos alrededor del muro y tumbas de suelo en el centro, distribuidas en los cuadrantes establecidos por el cruce de dos calles perpendiculares. El plazo dado para la finalización de las obras fue de seis meses. Estéticamente el camposanto responde a criterios tardobarrocos que no se corresponden con lo que ya empezaba a ser común en construcciones similares de la época, obedientes ya a las nuevas orientaciones neoclásicas y de las que tenemos un memorable ejemplo en la capilla del Cementerio General de Valencia (1807) . Sólo el sobrio retablo neoclásico que preside el altar junto con una escultura de Cristo Crucificado, nos acerca a esa nueva estética.
En el resto de la provincia encontramos otras noticias sobre la construcción de cementerios públicos, aunque realizados casi siempre de manera mas o menos improvisada. Así sucedió, por ejemplo, en la villa de Jódar, donde en 1825 se iniciaron los primeros trámites constructivos por parte del Ayuntamiento. La cuestión se agudizó en 1834, con motivo de la conocida epidemia de cólera, cuando se tuvo que habilitar como camposanto el lado poniente de las murallas del castillo, en forma de zanjas adosadas a las mismas. Al igual que sucedió en Jaén con el primer cementerio público, la ausencia de una cerca provocó un sinfín de desagradables escenas, especialmente desentierro de cuerpos por animales, que tuvo que ser solventada posteriormente. Esto sin contar con las protestas de los vecinos del barrio de Andaraje, cercano al cementerio, por el insoportable hedor que transmitía .
En Baeza se realizó en 1837 un cementerio de nueva planta que, como va a ser usual en la época, aprovechaba la existencia de una ermita o iglesia previa, en este caso la del antiguo convento desamortizado de los Jesuitas. Las protestas vecinales que originó el mismo llevaron a presentar un proyecto alternativo en 1841 por parte del maestro de obras L. Teruel, que sigue la misma tipología alcalaína que también se aplicó en obras como los cementerios de Granada (1827) o Antequera (1830), y que disponía los servicios comunes al fondo del recinto, aunque con la excepción de la casilla del sepulturero, dispuesta a un extremo de la entrada . El proyecto quedó frustrado, teniéndose que esperar hasta 1906 para ver erigida una nueva obra de la mano del arquitecto provincial Justino Flórez, la que hoy día se puede contemplar.
En 1852 se erigió el cementerio de Úbeda, sin duda el ejemplar clasicista más depurado de todos los existentes en Jaén, y en 1876 el de Linares, obra del entonces arquitecto provincial Jorge Porrúa y que constituye el gran ejemplar ecléctico de la provincia . El arquitecto Justino Flórez va a realizar en Jódar entre 1892 y 1894, el primer ensayo general de la amplia serie de camposantos que va a proyectar, a caballo entre los dos siglos, por todo el territorio . Ya en el siglo XX encontramos otro cementerio historicista de gran interés como es el de Villacarrillo (1906), caracterizado por el uso de estructuras de hierro fundido y artístico en la configuración de los soportales.